El docente José Antonio Caicedo Ortiz hace una importante reflexión sobre los 29 años de la Licenciatura en Etnoeducación y su aporte a la construcción de una educación pertinente con la diversidad cultural, lingüística y la práctica intercultural en el país y la región.
Foto: Suministrada
El equipo docente del Departamento de Estudios Interculturales y la Coordinación de la Licenciatura en Etnoeducación de la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales de la Universidad del Cauca celebraron el pasado 10 de marzo de 2023 los 29 años de vida y procesos de formación profesional de maestros en contextos de etnoeducación universitaria.
El programa académico se ha dedicado a promover una etnoeducación universitaria dirigida a la educación básica, en particular en instituciones educativas y comunidades del sector rural y actualmente también con comunidades educativas del sector urbano. Los egresados y estudiantes, han sido parte fundamental en la construcción significativa de una educación pertinente con la diversidad cultural, lingüística y la práctica intercultural en el país y la región.
“Formar etnoeducadores y etnoeducadoras en la Universidad del Cauca es una de las tareas más nobles, pero también más retadoras en el transcurso de mi trayectoria académica. Sobre todo, porque aprendí que la etnoeducación universitaria heredó parte de las luchas de los grupos étnicos, sus batallas en las calles, en marchas, asambleas y otros escenarios públicos. Un reclamo legítimo por una educación como un acto político de identidad, parafraseando a Paulo Freire”, manifestó José Antonio Caicedo Ortiz, docente de la Licenciatura en Etnoeducación.
Al respecto, el Docente plantea la necesidad de traer las lecciones de estas luchas étnicas al campo curricular. “No es solo una reivindicación contra todos los racismos epistémicos, también un acto de justicia curricular en un sistema educativo que ha negado durante dos siglos nuestra dignidad, haciéndonos visibles en relatos de inferiorización y autodesprecio como destino, tal como lo dice Eduardo Galeano cuando se refiere a “los nadies” de la historia”.
Durante estos largos años como profesor de esta Licenciatura en Etnoeducación me enseñaron a enfrentar esta batalla intelectual y luchar por el reconocimiento de nuestro pensamiento y nuestra historia en el plan de estudios. Con la etnoeducación universitaria he caminado las pedagogías de las diferencias con la dignidad que esta amerita, sin renunciar al compromiso académico que implica poner el conocimiento y el saber desaprendido al servicio de esta causa.
En un poco más de década y media, la Licenciatura me ha enseñado que la justicia curricular es un compromiso político e intelectual, cuya praxis pedagógica no se mide solo en indicadores de calidad, en pruebas de suficiencia, ni en estándares oficiales, sino en las réplicas propias que los egresados y egresadas llevan al aula, a los territorios, a las organizaciones, en sus mismas frustraciones y nuestras propias carencias.
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Con la etnoeducación he comprendido la incompletud de la nación y la necesidad de poner la etnicidad en el centro del debate educativo colombiano, pues este enfoque fue parido por los movimientos y organizaciones y encontró en algunas universidades un nicho para transformar el currículo, la investigación, las prácticas pedagógicas y la propia cultura universitaria.
Cuando ingresé al Programa en el 2006, la mayoría del estudiantado era indígena, militantes, líderes y docentes en ejercicio. También había hijos del mundo campesino y de algunos barrios de Popayán. La gran mayoría de estudiantes, hombres y mujeres, eran mayores que yo. Sus trayectorias comunitarias y políticas superan de lejos mis conocimientos sobre teorías decoloniales, estudios afrocolombianos y otros cuantos campos de saber científico que había acumulado en mi pregrado y posgrado.
Diecisiete años después esa realidad ha cambiado. En nuestros salones de clase se escuchan nuevas y legítimas demandas de una juventud urbana, mestiza y diversa que reclama su lugar en el debate etnoeducativo. Ello no significa que la etnicidad haya dejado de ser el centro de la etnoeducación, más bien que se debe ampliar el debate educativo a otras diversidades e interculturalidades.
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Nuestro programa de Etnoeducación es de los pocos proyectos de educación superior que ha permitido que cientos de jóvenes, docentes, líderes indígenas, afrodescendientes y mestizos empobrecidos ingresen a la Universidad de modo directo, en ese sentido somos un ejercicio radical por el derecho a la educación superior. En medio de una sociedad que acrecienta las desigualdades, los racismos y las opresiones y deja cada año a más de un millón de jóvenes sin acceso a la universidad pública, este programa de la Universidad del Cauca es una oportunidad al final del túnel de la exclusión educativa.
Son casi treinta años de educación digna, justa, étnica e intercultural. La etnoeducación universitaria es un campo de luchas, un aprendizaje político desde la academia, una apuesta indisciplinada y el primer modelo de formación docente intercultural de nuestro país. Su gesta no tiene parangón en la historia de la educación superior colombiana, a pesar de algunos críticos, que en nombre de la pureza disciplinar académica, cuestionan nuestra labor.
Como lo diría el poeta Jorge Artel, somos una conciencia sin odios ni temores. “Por todo lo dicho, tenemos mucho orgullo colectivo para celebrar estos 29 años sin renegar de nuestra esencia. Gratitud con mis compañeros y compañeras del equipo de Etnoeducación”, concluye el docente José Antonio Caicedo Ortiz.
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C.S. Carlos Alberto Pérez - digital@unicauca.edu.co - Tel. 8209800 Ext. 2482
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