Mis primeros maestros me enseñaron a amar la lectura y, con ella, descubrí un mundo vasto y diverso. A través de los libros, aprendí a imaginar y a cuestionar, a soñar y a pensar. Los profesores que tuve a lo largo de mi vida y de manera más directa, a mi abuela, a mis tías, me mostraron que la educación es una herramienta poderosa para el cambio.
Estudié en la Normal de Varones, así que me formé para ser maestro desde el colegio y, aunque no me veía ejerciéndolo, siempre estuvo esa vena de la docencia conmigo. Recuerdo con amor mi primera clase en la Universidad del Cauca, fue cargada de muchos temores, porque a pesar de que yo dominaba el tema, tenía miedo de que aquello que yo quería comunicar, lo pudiese hacer de manera efectiva. Pero también tenía mucha expectativa y mucho orgullo de haber logrado ser docente universitario y aún más, de esta institución tan importante para la ciudad, para el departamento y para el país.
Los maestros tenemos la capacidad de despertar la curiosidad, fomentar el pensamiento independiente y proporcionar las herramientas necesarias para comprender y transformar. Por eso hoy, desde mi labor, se esconde la huella de quienes me enseñaron a leer, a interpretar y a valorar el poder de las palabras.
Ser profe, significa la posibilidad de interlocutar con personas que tienen la expectativa de que puedas enseñarles algo, en el área que sea. Por eso, valoro tanto mi ejercicio docente, porque me brinda la posibilidad de entablar diálogos con individuos que poseen una historia de vida, expectativas y múltiples potencialidades. Además, este rol me permite convertirme en un referente de persona intelectual y profesional; y creo que, de alguna manera, me motivó a desempeñar mejor mi trabajo. Ser profe es sentir que tenemos un mentor que nos influencia tanto en nuestra vida personal como en nuestra carrera profesional, por eso, como educadores, tenemos una gran responsabilidad, porque no solo enseñamos con nuestras palabras, sino también con lo que en realidad somos.
Freire decía que la educación debe ser una práctica de la libertad. Nos instó a ir más allá del modelo tradicional y propuso una pedagogía del diálogo, donde maestros y estudiantes se convierten en co-creadores del conocimiento. “La educación no cambia el mundo. Cambia a las personas que van a cambiar el mundo,” nos decía Freire, recordándonos el poder transformador de nuestro trabajo.
En este enfoque dialógico, el maestro no es un dictador del saber, sino un facilitador que guía a los estudiantes en el desarrollo de una conciencia crítica sobre su realidad. Freire llamaba a este proceso “concientización”, la capacidad de entender y actuar sobre las estructuras sociales, políticas y económicas que nos rodean. Por eso, los maestros no solo somos facilitadores, sino también aprendices. En este proceso de enseñanza-aprendizaje, debemos estar siempre abiertos a aprender de nuestros estudiantes y adaptarnos a sus necesidades y contextos específicos, pues “quien enseña aprende al enseñar, y quien aprende enseña al aprender”.
Por eso, estoy firmemente convencido de la relevancia del papel del maestro. No creo que nosotros mismos transformemos vidas, sino que nuestra labor radica en motivar a otros para que sean ellos mismos los agentes de cambio en sus propias vidas. La transformación no ocurre únicamente gracias a nuestra intervención, sino que surge con la complicidad del otro. Nuestra función es inspirar y estimular para que inicien su propio proceso de transformación. Esta convicción es fundamental para mí, una educación que se conecta con la realidad de los estudiantes.
La gente afinca sus esperanzas en la educación porque representa una oportunidad para forjar una vida de la cual sentirse orgulloso, o bien, como el medio para acceder a otras oportunidades. Esta noción conlleva una enorme responsabilidad, porque al igual que podemos motivar a las personas a comprometerse con su proceso de aprendizaje, también podemos desmotivarlas. Es crucial ser conscientes de que nuestro trabajo puede tener un impacto tanto positivo como negativo en la vida de los demás. Por eso, cuando ejercemos nuestra labor con compromiso y plena conciencia del potencial transformador que posee, asumimos una mayor responsabilidad y compromiso en nuestras acciones.
Por eso, en el día del maestro quiero destacar la gran responsabilidad y el gran compromiso que implica serlo. Más que felicitar, es momento de expresar gratitud por su dedicación, cuyo trabajo es fundamental para la existencia misma de la universidad. En la vida universitaria, aprendemos de la guía de estos maestros y maestras, y es esencial no sólo reconocer su labor, sino también valorar su profundo sentido de pertenencia hacia nuestra institución. A través de este arraigo, se comprometen y entregan aún más de lo que se espera de ellos.
Muchas gracias a todas y todos los profesores que trabajan incansablemente por este sueño de Universidad Bicentenaria, de Excelencia y Solidaria que es, #PatrimonioDeTodos.
Deibar René Hurtado Herrera – Rector Universidad del Cauca
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